“Cuando me preguntan si Rusia está viva les digo que, hace muy poco,
unas siete mil personas escucharon poesía durante seis horas con solo
veinte minutos de descanso”, constataba ayer noche Yevgueni Yevtushenko
en Barcelona. La capital catalana, bajo esa rimada regla de tres, no
debe de estar del todo moribunda porque la cola de La Pedrera daba
pistas de que esta vez no eran turistas ante la perla gaudiniana:
mientras esperaban, portaban libros, de Pío Baroja a Almudena Grandes; y
hasta había quien se preparaba libreta y bolígrafo, sabedores de que
hay versos que, cuando se conocen, no deben abandonar ya una vida.
También es cierto que los que esperaban para entrar en el auditorio
de La Pedrera, casi 300 personas, sabían que no iban a ser seis horas
sino una de recital la que daría el bardo siberiano
, el poeta de los
estadios que llenaba a rebosar los años 60 y 70 del nunca claro deshielo
en su país.
Subió al escenario (renqueante, con bastón, zurrón cruzado en bandolera a sus 83 años) con su homónimo local, Joan Margarit,
amigo ya más que colega. “Recitamos juntos por vez primera en 1967, en
un acto convocado de voz a voz, sin petición gubernativa, en una
oscuridad literal total; recuerdo las sombras que iban llegando una a
una a la iglesia de los Capuchinos, en un Sarrià menos edificado que el
de hoy”, evocó melódicamente, como para poner ya en situación, Margarit.
Hubo una segunda ocasión, a los 25 años exactos, en el Institut del Teatre, en la olímpica Barcelona, donde Yevsutshenko
ya no debió pedir al ministro Manuel Fraga que le cambiara a los dos
espías asignados por unos profesionales que no tuvieran ínfulas de
poeta, veleidades que se empeñaban en contrastar con el ruso. O sea, que
el tercer encuentro de ayer, en el marco del Barcelona Poesía, era celebración doble.
Arrancó Margarit y con versos que, a pesar de su voz estentórea,
debieron de regalar los oídos del invitado siberiano porque la selección
tuvo carácter combativo. “L’opulencia planteja sempre un crim”, recitaba desde la penumbra de la sala. “La llibertat és la raó de viure (...) / La llibertat és una llibreria. Anar indocumentat (...) Una forma d’amor, la llibertat”. Y como, según otro de sus versos, “Un bon poema ha de ser cruel”, acabó saeteando a Barcelona, turísticamente agresiva (“...i
ara m’ofèn una gentada estranya, / que s’encega en la festa
innecessària / d'hotels gelats i aparadors superflus (...) / desolada
ciutat que fas de puta”.
Fuente: El País
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