Y en el aire, los adioses, primer libro de poemas de Á. Álvaro Martín del Burgo, hace cuestión poética del mundo de ese ser que por esencia se encuentra siempre ya en despedida, el hombre. Se canta a la muerte para poder ser certero con la vida, para dejarla advenir y soportarla jubilosamente como ella es, o como la hacemos.
Este cancionero, mediante un recorrido estético de alusión que va destilando a una vez emoción y significado, hace comparecer el hacerse del hombre y de su mundo —espacio poliédrico de claroscuro, siempre reinventado—. Así, el lector encontrará una insistencia poética por igual en el sentimiento de nostalgia, en el deseo y la pena, en el absurdo y la condición humana de «haber de marcharse», en el contento de vivir o, en fin, en todo aquello cuanto nos atañe.
En Back Sapce hemos tenido la oportunidad de charlar con este joven brillante y disfrutar de su enorme bagaje cultural.
—Recientemente ha llegado a las librerías de toda España su
primer poemario “Y en el aire,
los adioses” (editorial Cuadernos del Laberinto), del que ya
se habla mucho por lo sorprendente de su temática y la originalidad en el
tratamiento de los versos. ¿Cómo fue el proceso de creación y cuál es la piedra
angular de este anaquel de poesía?
—Y en el aire, los adioses nace en una temporada intensa de once o doce meses,
si bien hay poemas de un tiempo muy anterior. Muchos son poemas de verano,
aunque allí suenen el otoño y el invierno. Aún con todo, el libro de poemas
busca enraizarse como un ciclo, con un sentido de viaje de principio a fin. Así,
la propia gramática y estructura del libro dan cuenta de la cuestión del
poemario: el recorrido poético, en su camino de emoción y significado, quiere
hacer comparecer el hacerse del
hombre y de su mundo. Pone en juego sus límites y fronteras, enfrenta los
ciclos, las estaciones, las generaciones, el ser y la muerte sobre los ejes
cardinales del tiempo y el mundo.
—¿Qué ha intentado reflejar con el título “Y en el aire, los adioses”?
—El aire es el
aliento del hombre, es la respiración; es vida. Pero en cada soplo hay un
adiós, ligero y definitivo. Estamos siempre ya marchándonos, vivir se hace en
retirada. Y es que el hombre es hombre sólo en su propio hacerse cargo de la
muerte, en su propio saberse como un ser siempre ya en despedida. La muerte no
es un instante último acabando una secuencia de momentos. Muy al contrario, la
muerte es simplemente un situarnos en el tiempo, como una
vivencia fundamental que carga de sentido retrospectivamente cada momento, y
así nos abre el ser, la finitud y el mundo. Cantamos a la muerte para ser
certeros con la vida, para "bienvenirla", para ahondarla. Debe haber
mucha alegría en todo esto: saberse mortal, rumiar el propio ser, habitar el
mundo y hacerse cargo de la vida y su claroscuro. El hombre cayó del Paraíso
por tomar el fruto prohibido, que le daba conocimiento entre otras cosas de su
condición mortal, y vino a parar a un lugar más encantador, la tierra, donde
debe bracear la vida, la libertad, la palabra y el tiempo, que son temibles y
trágicos, pero bellos. Y en el aire, los adioses: no se puede
explicar, pero aquí hay mucha calma y quizá contento, casi esperanzado.
—Sorprende su biografía repleta de éxitos
y logros con tal solo 20 años: poeta, pianista profesional, primer premio en la Olimpiada Filosófica de
la Comunidad de Madrid… ¿Es su vida la cultura, el arte en general?
—Al Arte le dedico mi tiempo y amor
porque en él me siento nativo y porque hay tanto que nos ofrece. Pero yo no lo
he escogido, ni creo que se pueda tener sensación de "ser artista" (como
sí en cambio se pueden tener la ingeniería o la historia por oficios, ser
profesional en ellas), porque, por mucho que encontremos, todo está siempre por
buscar. La técnica sí se aprende y estudia, como una ciencia, que se lo
pregunten a cualquier músico, pero lo esencial, lo que ya no es artesanía sino
arte, eso está siempre por hacer y no acaba, ni nosotros podemos quedar
satisfechos. Si dices "ya está, soy artista...", entonces estás
muerto, y además no has hecho arte, porque el arte debe siempre repetirse, y es
frágil o breve y está por hacer, al fin y al cabo el arte es un viajar del
hombre que hay que seguir haciendo mientras
sigamos siendo. "Vivo dedicado
al arte", eso en cambio sí puede decirse, con humildad y algo de nostalgia.
El arte enseña a entender la vida y la vida enseña a hacer arte, aunque sus
leyes son distintas y conviene no confundirlas, preservar esa distancia entre
la máscara (o el espejo) y lo enmascarado.
—Su faceta de músico queda reflejada en muchos de sus
poemas, dedicados a grandes compositores, pero además se siente en el ritmo
interior de los poemas ¿Qué opina de la métrica y la rima en pleno siglo XXI en
donde parece que están denostadas?
—Para poder hacer algo valioso,
todo poeta (o músico o pintor, etc.) debe encontrar su propio estilo, su voz
propia, mirando o no a su época y a sus compañeros contemporáneos, pero absolutamente
libre de ellos y de todo. Algunos artistas descubren pronto su idioma, otros
nacen en él, como Bach, otros encuentran muchas etapas y estilos, como Picasso
o Stravinsky. Yo no creo en las corrientes, en Arte no hay verdades absolutas:
cada obra, si es verdadera, debe ser una belleza o un significado en sí misma.
Lo que quiero decir es que no me planteo si en el sXXI o en el sXXXVII pueda o
deba haber métrica o rima, igual que no me planteo si la música debe ser tonal.
La estética, el estilo, deben adecuarse al contenido que cada uno busque, deben
darle forma, ser su forma adecuada. Y eso es infinito, debería ser único
seguramente ya no sólo en cada artista, sino casi en cada obra. Según el
lenguaje o el significado que uno busque, recurrirá a una estética u otra. Yo
por ejemplo he recurrido a la rima asonante y al ritmo de verso menor en poemas
de alma popular, casi folclórica, porque al final el ritmo y la medida son en
su origen técnicas de las tradiciones orales, son recursos para facilitar la
memoria y, por tanto, la transmisión.
—¿Cuál es su gran ilusión?
—Dos cosas me hacen feliz. Una,
los lugares bellos, viajar. La otra, la gente buena. Me he cansado de los
inteligentes, de los capaces, de los excelentes y de los talentosos. Ya sólo
busco acompañarme de personas bondadosas, porque al final ellas tienen la
lucidez, que es lo único valioso que puede salvarnos. Eso tiene que ver con la
sensibilidad pero no con la erudición, he conocido gente mayor sabia y certera
que apenas sabía leer.
—Sabemos, además, que es usted un gran aficionado al cine.
Recomiéndenos una película actual que le haya impresionado. ¿Y un libro de
poesía también contemporáneo?
—Ya que hablábamos de poesía, Paterson, una película reciente de Jim
Jarmusch, que se hace en las lindes de la poesía y la vida, en el valor de lo
cotidiano, la sencillez y lo esencial que nos hace. Paterson es el personaje,
es la ciudad (el lugar o el mundo que el hombre habita), es el poeta, son los
días y es el poema. Entre medias de todo eso quedamos nosotros, como una bella
canción.
Sobre poesía nueva, quiero mencionar tres libros muy
recientes por el cariño que les tengo, por haber seguido su curso, haberlos
visto nacer. Dónde la muerte en Ámsterdam,
de mi madre, Ángela Martín del Burgo, cuya literatura me encaminó. Miradas de luna y Tambores, de Ana
Pazpatti, poesía fuerte y propia. Cuatro
tintas del aire, de Ernesto Uría: reinventar la poesía amorosa, explorar al
hombre, ser en el otro.
—¿Cómo definiría la poesía?
—La
poesía es una canción de máscaras, certera porque recorre los paisajes
interiores y porque en ella el hombre es reconocible más que en ninguna otra
tierra, pero llena de misterio y de silencios que a veces atisbamos.
Á. Álvaro Martín del Burgo
(Bilbao, 1996) se
dedica a la filosofía y al Arte: música y literatura.
Como pianista ha actuado en salas como el Auditorio Nacional, los Teatros del Canal, el Auditorio Ciudad de León, etc., tocando como solista con orquestas como la O. Sinfónica Amaniel y la Joven Orquesta Leonesa (JOL)-Joven Orquesta Provincial de Málaga (JOPMA). Ha sido galardonado como Pianista solista clásico premiado por la Fundación Miguel Ángel Colmenero, y ha recibido premios en el Concurso al talento de la Fundación Katarina Gurska, el Concurso Nacional de Jóvenes Pianistas Ciudad de Albacete (Juventudes Musicales), el Premio Internacional de Interpretación Great Composers Competition, el Concurso Ciutat de Carlet o el Premio de Honor Amaniel.
Como pianista ha actuado en salas como el Auditorio Nacional, los Teatros del Canal, el Auditorio Ciudad de León, etc., tocando como solista con orquestas como la O. Sinfónica Amaniel y la Joven Orquesta Leonesa (JOL)-Joven Orquesta Provincial de Málaga (JOPMA). Ha sido galardonado como Pianista solista clásico premiado por la Fundación Miguel Ángel Colmenero, y ha recibido premios en el Concurso al talento de la Fundación Katarina Gurska, el Concurso Nacional de Jóvenes Pianistas Ciudad de Albacete (Juventudes Musicales), el Premio Internacional de Interpretación Great Composers Competition, el Concurso Ciutat de Carlet o el Premio de Honor Amaniel.
Estudiante de Filosofía, ha obtenido el primer premio en la Olimpiada Filosófica de la C. de Madrid. Ha publicado ensayo en la revista Paideía y en la ed. Incipit Philosophia, así como ha colaborado en antologías colectivas de poesía (editorial Cuadernos del Laberinto, etc.). Concibe la literatura y la música como espacios de inmersión, de apertura: una búsqueda de autenticidad que incite al sentimiento destilando significado.
Á. Álvaro Martín del Burgo.
"Y en el aire los adioses".
Editorial Cuadernos del
Laberinto.Madrid, 2017
Coleccción ANAQUEL DE POESÍA,
nº 70
I.S.B.N: 978-84-946862-1-4 • 94 páginas • 10€
I.S.B.N: 978-84-946862-1-4 • 94 páginas • 10€
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