Hoy 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, esa inclasificable zona de la Literatura que nos pone corazón y exactitud a la palabra.
Hemos hablado con Juanma Ruiz, uno de esos poetas necesarios para muchos de nosotros. Acaba de publicar su tercer poemario "Materiales de derribo" (editorial Cuadernos del Laberinto) en donde se aprecia la música oculta de las cosas, el sentimiento profundo que la poesía es.
—¿Cómo describiría "Materiales de derribo", su nuevo libro de poesía editado por Cuadernos del Laberinto?
—Si de algo me he dado cuenta con los dos libros anteriores es que siempre resulta difícil describir la obra propia. Pero creo que puedo afirmar que "Materiales de derribo" es la historia de un fracaso. Y me explico: después de "Tratado de egoísmo", que era un libro con un marcado acento en el 'yo', me propuse conscientemente que el siguiente poemario intentara mirar hacia afuera. Cualquiera que se acerque al libro podrá ver que no lo he conseguido. Es más, diría que Materiales… es mi libro más introspectivo. Es un repaso por todos los retales que me conforman, porque al final creo que estamos hechos de retales, de fragmentos que nos describen parcialmente en esto o aquello, y solo recorriendo todos esos pedazos dispersos podemos encontrar una imagen global de lo que somos, de quiénes somos. Pero también pienso que, en el fondo, las personas se parecen más de lo que creemos, y por ello espero que el lector pueda encontrar en estos retazos de mí también un poco de sí mismo, un lugar donde reconocerse. En cualquier caso, esto es lo que el libro se ha empeñado en ser, en contra de mi voluntad. Maldito…
—Es este su tercer libro de poesía ¿Cómo empieza a fraguarse un poemario? ¿Cuál es la génesis, el momento inicial o desencadentante?
—En mi caso (y en esto solo puedo hablar por mí, porque cada uno tendrá un método) al principio suelo escribir sin un libro en mente: un poema tras otro. Y llegado el momento, me planteo si entre los poemas que tengo puede haber un libro. Es decir, si hay un conjunto de ellos que tengan una cierta coherencia o unidad que permita construir a su alrededor un poemario, que no es lo mismo que una colección de versos sin nexo común. Entonces me quedo con ese grupo de poemas, dejo el resto aparte y, ahora sí, empiezo a trabajar con la idea del libro: reescribo, añado, elimino… aparecen poemas nuevos que se añaden a ese núcleo… Ahí es donde surge también la cuestión de la estructura: toca descubrir de dónde parte el libro y adónde llega, y cuál es la línea (temática, formal…) que lo atraviesa. De alguna manera, diría que (de nuevo, en mi caso) los poemas se escriben, y los libros se reescriben.
—¿Es la poesía la literatura más pura y trabajada?
—No me atrevería a decir tanto. Quizá sí comulgo con la idea de la pureza, porque al fin y al cabo la poesía consiste en cierto modo en destilar la realidad, buscar su esencia última, y eso la convierte en una literatura, efectivamente, pura, en el sentido de eliminar lo accesorio, lo superfluo, y dejar sobre el papel solo esa esencia. Pero eso no está reñido con que otros géneros literarios puedan estar tanto o más trabajados. No creo que se trate de una jerarquía de calidades, solo de una manera distinta de mirar.
—Sonoridad, métrica o sentido ¿Cuál es la base de un buen poema?
—Para mí, la combinación de las tres. Y aquí hay gustos para todo, pero personalmente no concibo la poesía sin un cuidado de todos esos aspectos. En mis poemas busco que haya una cierta musicalidad, porque al fin y al cabo son composiciones de palabras, que a su vez tienen su propio sonido, y cuando leemos un poema, ya sea en voz alta o baja, este suena en en aire o en nuestra cabeza. Así que yo concibo el poema como una especie de composición musical. La métrica, por tanto, iría incluída en esa idea: si la sonoridad se relaciona, digamos, con la melodía, la medida del verso es el ritmo y el compás. Al fin y al cabo, no es igual un vals que un swing.
El sentido me parece imprescindible, porque el arte (sea literario, musical, pictórico…) siempre tiene discurso, lo queramos o no. Yo creo que es importante que el autor controle ese discurso, que sepa qué quiere decir y no lo deje al azar. Lo cual no significa que toda obra artística deba hablar de grandes temas, de cuestiones trascendentales… Hay poemas magníficos que pueden ser, por ejemplo, un juego estilístico. Pero entonces, inevitablemente, llevarán implícita una reflexión sobre las reglas de la poesía. El ejemplo más claro sería el célebre 'Soneto de repente', de Lope de Vega.
—¿Qué ventajas tiene la poesía sobre la narrativa?
—Desde luego, hay diferencias enormes, ya sea como lector o como autor. Pero no sé si las describiría en términos de 'ventajas' o 'inconvenientes'. Me parecen dos disciplinas distintas, y por tanto se abordan también de forma diferente. Y, al mismo tiempo, no son incompatibles: hay obras de narrativa que pueden tener una importante cualidad poética (¿acaso Cien años de soledad no tiene mucho de poesía? ¡Si incluso sus distintas partes riman entre sí!). Para mí, la poesía no es tanto un género literario como una forma de afrontar el arte, una cualidad que tiene que ver con esa búsqueda de lo esencial que decía más arriba. Por eso creo que puede haber poesía en una novela, en una película, o en un cuadro.
—¿Cómo es su faceta de crítico cinematográfico, cuál es la película más poética que nos recomendaría?
—En los últimos tiempos, la película que más me ha fascinado en ese sentido es la china "Largo viaje hacia la noche", de Bi Gan. Es una obra que bebe del Wong Kar Wai de "Deseando amar" (que quizá es, en sí mismo, uno de los cineastas más poéticos de todos los tiempos), onírica, vaporosa, que transporta al espectador por los aires como si se tratase de un sueño. Es la traslación a la pantalla de la sensación que se tiene cuando soñamos con volar.
Mi deario
Mi ideario es limpio y claro.
Apalabrar y sacar fuera cada imagen
que me quema cada jueves las retinas
y el martes en el filo de los dientes.
Repetirme como un mantra hacia la vida
hasta ser poco más que ruido blanco.
Mis ganas y mis hambres poco importan
si puedo entrometerme en las empresas
de locos, trovadores o poetas.
Mis cábalas son juego y exorcismo,
pero también tormenta y suciedades.
Y más allá del aire nada espero
porque tampoco nada ofrezco, o casi nada.
Si algunas (pocas)
tardes de verano
no soy esto, os pido:
Por favor, haced la vista gorda.
Al fin y al cabo ese es
tan solo
(y tan solo)
mi ideario.
Hemos hablado con Juanma Ruiz, uno de esos poetas necesarios para muchos de nosotros. Acaba de publicar su tercer poemario "Materiales de derribo" (editorial Cuadernos del Laberinto) en donde se aprecia la música oculta de las cosas, el sentimiento profundo que la poesía es.
—¿Cómo describiría "Materiales de derribo", su nuevo libro de poesía editado por Cuadernos del Laberinto?
—Si de algo me he dado cuenta con los dos libros anteriores es que siempre resulta difícil describir la obra propia. Pero creo que puedo afirmar que "Materiales de derribo" es la historia de un fracaso. Y me explico: después de "Tratado de egoísmo", que era un libro con un marcado acento en el 'yo', me propuse conscientemente que el siguiente poemario intentara mirar hacia afuera. Cualquiera que se acerque al libro podrá ver que no lo he conseguido. Es más, diría que Materiales… es mi libro más introspectivo. Es un repaso por todos los retales que me conforman, porque al final creo que estamos hechos de retales, de fragmentos que nos describen parcialmente en esto o aquello, y solo recorriendo todos esos pedazos dispersos podemos encontrar una imagen global de lo que somos, de quiénes somos. Pero también pienso que, en el fondo, las personas se parecen más de lo que creemos, y por ello espero que el lector pueda encontrar en estos retazos de mí también un poco de sí mismo, un lugar donde reconocerse. En cualquier caso, esto es lo que el libro se ha empeñado en ser, en contra de mi voluntad. Maldito…
—Es este su tercer libro de poesía ¿Cómo empieza a fraguarse un poemario? ¿Cuál es la génesis, el momento inicial o desencadentante?
—En mi caso (y en esto solo puedo hablar por mí, porque cada uno tendrá un método) al principio suelo escribir sin un libro en mente: un poema tras otro. Y llegado el momento, me planteo si entre los poemas que tengo puede haber un libro. Es decir, si hay un conjunto de ellos que tengan una cierta coherencia o unidad que permita construir a su alrededor un poemario, que no es lo mismo que una colección de versos sin nexo común. Entonces me quedo con ese grupo de poemas, dejo el resto aparte y, ahora sí, empiezo a trabajar con la idea del libro: reescribo, añado, elimino… aparecen poemas nuevos que se añaden a ese núcleo… Ahí es donde surge también la cuestión de la estructura: toca descubrir de dónde parte el libro y adónde llega, y cuál es la línea (temática, formal…) que lo atraviesa. De alguna manera, diría que (de nuevo, en mi caso) los poemas se escriben, y los libros se reescriben.
—¿Es la poesía la literatura más pura y trabajada?
—No me atrevería a decir tanto. Quizá sí comulgo con la idea de la pureza, porque al fin y al cabo la poesía consiste en cierto modo en destilar la realidad, buscar su esencia última, y eso la convierte en una literatura, efectivamente, pura, en el sentido de eliminar lo accesorio, lo superfluo, y dejar sobre el papel solo esa esencia. Pero eso no está reñido con que otros géneros literarios puedan estar tanto o más trabajados. No creo que se trate de una jerarquía de calidades, solo de una manera distinta de mirar.
—Sonoridad, métrica o sentido ¿Cuál es la base de un buen poema?
—Para mí, la combinación de las tres. Y aquí hay gustos para todo, pero personalmente no concibo la poesía sin un cuidado de todos esos aspectos. En mis poemas busco que haya una cierta musicalidad, porque al fin y al cabo son composiciones de palabras, que a su vez tienen su propio sonido, y cuando leemos un poema, ya sea en voz alta o baja, este suena en en aire o en nuestra cabeza. Así que yo concibo el poema como una especie de composición musical. La métrica, por tanto, iría incluída en esa idea: si la sonoridad se relaciona, digamos, con la melodía, la medida del verso es el ritmo y el compás. Al fin y al cabo, no es igual un vals que un swing.
El sentido me parece imprescindible, porque el arte (sea literario, musical, pictórico…) siempre tiene discurso, lo queramos o no. Yo creo que es importante que el autor controle ese discurso, que sepa qué quiere decir y no lo deje al azar. Lo cual no significa que toda obra artística deba hablar de grandes temas, de cuestiones trascendentales… Hay poemas magníficos que pueden ser, por ejemplo, un juego estilístico. Pero entonces, inevitablemente, llevarán implícita una reflexión sobre las reglas de la poesía. El ejemplo más claro sería el célebre 'Soneto de repente', de Lope de Vega.
—¿Qué ventajas tiene la poesía sobre la narrativa?
—Desde luego, hay diferencias enormes, ya sea como lector o como autor. Pero no sé si las describiría en términos de 'ventajas' o 'inconvenientes'. Me parecen dos disciplinas distintas, y por tanto se abordan también de forma diferente. Y, al mismo tiempo, no son incompatibles: hay obras de narrativa que pueden tener una importante cualidad poética (¿acaso Cien años de soledad no tiene mucho de poesía? ¡Si incluso sus distintas partes riman entre sí!). Para mí, la poesía no es tanto un género literario como una forma de afrontar el arte, una cualidad que tiene que ver con esa búsqueda de lo esencial que decía más arriba. Por eso creo que puede haber poesía en una novela, en una película, o en un cuadro.
—¿Cómo es su faceta de crítico cinematográfico, cuál es la película más poética que nos recomendaría?
—En los últimos tiempos, la película que más me ha fascinado en ese sentido es la china "Largo viaje hacia la noche", de Bi Gan. Es una obra que bebe del Wong Kar Wai de "Deseando amar" (que quizá es, en sí mismo, uno de los cineastas más poéticos de todos los tiempos), onírica, vaporosa, que transporta al espectador por los aires como si se tratase de un sueño. Es la traslación a la pantalla de la sensación que se tiene cuando soñamos con volar.
Mi deario
Mi ideario es limpio y claro.
Apalabrar y sacar fuera cada imagen
que me quema cada jueves las retinas
y el martes en el filo de los dientes.
Repetirme como un mantra hacia la vida
hasta ser poco más que ruido blanco.
Mis ganas y mis hambres poco importan
si puedo entrometerme en las empresas
de locos, trovadores o poetas.
Mis cábalas son juego y exorcismo,
pero también tormenta y suciedades.
Y más allá del aire nada espero
porque tampoco nada ofrezco, o casi nada.
Si algunas (pocas)
tardes de verano
no soy esto, os pido:
Por favor, haced la vista gorda.
Al fin y al cabo ese es
tan solo
(y tan solo)
mi ideario.
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