El
dolor es un arma.
El
miedo planifica rupturas,
es el
aliento fiero de discordias
que
separa lo mucho que se ama.
Desde
que existes temo que te duela
la herida de la vida.
Nueve meses son los que la espera a
la vida nos obliga, y mientras el tango nos recorre las venas, y mientras el
deseo del nacimiento, la descendencia y la sensación de fragilidad se condensan
en el vientre rotundo de la mujer.
La vida alarga sus manos, se aferra
a la música y los latidos nos recuerdan que en la obscuridad del vientre
materno, que entre las imágenes intactas de un patio de recreo infantil o entre
la pasión de dos amantes nace algo tan poderoso como la belleza.
Ver las manos de la hija recién
nacida, temer por el futuro, desear un mundo mejor, soñar con el mañana en su
voz, soñar con ella en la música de un bandoneón…
Camino lento,
miro antes de cruzar
y desando mis pasos
si veo un gato negro
o nubes de tormenta.
Desangelado el cielo, reviso el vuelo
de las tejas al sol,
y, si cantan los pájaros,
me tapo los oídos.
Me importan las noticias
que tratan de Alemania sobre Europa
y me inquieta el terror
de lo que subirá la luz este año.
Muy poco a poco
me va matando
preocuparme
por un futuro.
“Las salinas del aliento”, (Cuadernos del Laberinto) del cordobés Manuel Guerrero Cabrera nos aferra a la vida gracias a una poesía fresca y pura; y gracias a
él es sencillo sentir que los que realmente aman son inocentes, que los que
estamos inundados de criterio, de volcanes en la nieve, de realismo sucio o de
esa prisa que nos devora, hemos perdido el don de llorar de alegría o de mirar
el pie de un bebé y sentir que no existe nada tan bello.
“Las salinas del aliento” nos reconcilia con la savia, con
la esencia.
ANTES DE QUE RECORRA…
Antes de que recorra el sueño de tu ausencia,
sobre los sucios charcos descálzame sin miedo
y sin miedo sé el barro que se limpia en mis pies.
Antes de que recorra el sueño de tu ausencia,
sobre los sucios charcos descálzame sin miedo
y sin miedo sé el barro que se limpia en mis pies.
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