«Yo no hubiese sido capaz de escribir mi biografía en prosa», sostiene entre risas durante la comida de presentación de la obra. Siguió el ejemplo de José Hernández y su «Gaucho Martín Fierro» y de Violeta Parra, que fijó en décimas buena parte de sus vivencias. Su formación, en efecto, viene del verso y es autodidacta, pues Pastor abandonó muy pronto las aulas para trabajar, aunque no le pesa aquel evento. «Estaba más contento que yendo a la escuela, me sentía un hombre que ayudaba a su familia», recuerda. Toda esa infancia, aunque dura, ya solo tiene forma de felicidad: el paso del tiempo ha terminado por dibujar aquellos años como una suerte de paraíso. «Que la memoria es feliz / si la niñez se recuerda. / Y si tiras de la cuerda, / las campanas tocarán / cantos de felicidad / de aquella vida tan perra», anota en una de las primeras estrofas del libro.
Más que nostálgica, el alma de este extenso poema es orgullosa. Hay mucha reivindicación de la canción protesta y de los cantautores que a través de ese género «cambiaron mentalidades» y que, además, fueron un gran negocio para la industria. Esos artistas −critica el músico− que han intentado ser «borrados de la historia» a pesar de que lograron agitar el panorama cultural de un tiempo donde la censura era la norma. Luego los desaparecieron y el pop, explica, se lo comió todo: «A principios de los 80 ser cantautor era sinónimo de coñazo». En verso se expresa mejor, Pastor: «La democracia es la pera. / Cantautor, a tus trincheras / con corona de laurel / y distintivo de honor / pero no des más la lata, / que tu verso no arrebata / y tu tiempo ya pasó».
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